Perú, 1987

Aún recuerdo con nostalgia las temporadas que pasábamos en la casa de playa de los abuelos, en aquella época la familia solía reunirse durante los meses de verano y disfrutar de las vacaciones en un ambiente de relajo, sol y diversión.

Aquella casa, ubicada frente al mar de Punta Hermosa, había sido durante muchos años nuestro refugio veraniego. Habíamos crecido disfrutando de las olas, las buenas amistades y las juergas interminables. Sin embargo, con el paso del tiempo las costumbres fueron evolucionando; los abuelos fallecieron, los niños crecimos, empezamos a estudiar en la universidad y la rutina de pasar los veranos en aquella casa se fue desvaneciendo.

El verano de 1987 fue diferente para mí: cuestionaba mis estudios universitarios, no tenía objetivos claros sobre mi futuro y me encontraba sin trabajo. Estas inquietudes me llevaron a alejarme de todo y decidí mudarme un par de meses a vivir en la casa de playa de Punta Hermosa, la idea era relajarme un poco corriendo tabla y reflexionando sobre mis pensamientos.

Hice mis planes, preparé mis cosas, tomé el auto y partí hacia la playa. Mi sorpresa fue grande cuando al llegar a la casa encontré a mi tío Alberto y su esposa Elena, quienes también habían decidido pasar aquel verano en la playa- por lo que tendría que compartir la casa con ellos. Al principio la situación fue un poco incómoda, pero finalmente decidí tomarlo de la mejor manera, pues la casa era grande y podíamos compartir perfectamente las instalaciones.

Con el correr de los días las cosas empezaron a fluir; mi tío se iba todos los días a su trabajo en Lima y mi tía Elena pasaba los días entre la playa y la piscina. Yo, por mi parte, pasaba los días descansando, corriendo tabla y leyendo algunos libros que tenía pendientes.

Recuerdo perfectamente el día que todo cambió. Me encontraba tomando desayuno en la cocina, hacía mucho calor y apareció mi tía Elena. Me dijo buenos días coquetamente y fue la primera vez que me percaté de lo guapa y sensual que era esa mujer quien a pesar de sus años y su perfil de mujer madura tenía una belleza fresca y natural, era relativamente delgada y usaba un perfume que olía riquísimo. Tenía un cuerpo donde resaltaban claramente unos senos aún firmes y unas piernas bien torneadas producto del ejercicio diario. Mi tía Elena, vestía una corta bata blanca de algodón que resaltaba un cuerpo bien cuidado y dibujaba parte de su ropa interior. En contraluz a la terraza, la bata permitía ver un cuerpo bonito y sensual lo que provocó en mí una erección inmediata que tuve que disimular para no despertar incomodidades. Aquel día la imagen que tenía de mi tía Elena cambió para siempre y fue la primera vez que me masturbé pensando en ella.

La experiencia me había inquietado, sentía una mezcla de emociones que iban desde la culpa hasta la fantasía y el deseo intenso. Los siguientes días intenté tener la mente ocupada en otras cosas e intentaba concentrarme en mi futuro, en el surf o en las chicas con las que ligaba…pero no podía. Mi tía Elena se había adueñado de mis deseos y pensamientos.

Así, empecé a conocerla mejor. Pasábamos las mañanas disfrutando de la playa o la piscina, tomando cerveza y conversando sobre diversos temas, los cuales eran cada vez más personales. De esta manera, me enteré de que su matrimonio pasaba por un periodo de crisis y aburrimiento desde hacía algún tiempo, que había sido sexualmente muy liberal y alocada en su época universitaria y que no le preocupaba mucho lo que pensaban los demás acerca de ella. Con el pasar de los días la convivencia dio paso a la confianza y cada vez era más común verla caminar por la casa vistiendo prendas cada vez más pequeñas, sentir algún roce casual, abrazarnos continuamente, darnos un beso de buenos días o sostener un intercambio de miradas más atrevido. Ninguno de los dos era indiferente al otro, se podía percibir una conexión y una lujuria que crecían con el paso de los días.

Una tarde, cuando regresamos de la playa y luego de haber bebido algunas copas de más, no pude evitar abrazarla por la cintura e intenté, por primera vez, que sienta la erección de mi miembro entre sus nalgas, estaba decidido a todo. Al principio ella se sorprendió y se mantuvo en silencio, se quedó quieta y luego inclinó levemente su cintura hacia atrás y se movió ligeramente durante unos segundos. Finalmente volteó, me miró fijamente, puso sus dedos sobre mis labios y me hizo un gesto negativo con la cabeza. Luego se fue a su cuarto y me dejo ahí parado, alucinado, erecto…ese día no la volví a ver.

A la mañana siguiente me desperté temprano y me fui a correr olas. Al regresar a la casa encontré a mi tía Elena preparando el desayuno y nuevamente me acerqué por la espalda, la abracé por la cintura y apoyé mi miembro contra su bata de algodón, pasé mi lengua por su oreja y le susurré lo guapa que estaba esa mañana. Esta vez sentí claramente la electricidad de su cuerpo. Sus nalgas se pegaron a mi erección y sentí que me regalaba el primer gemido suave y sutil, luego giró levemente su cara hacía mí y fue la primera vez que nuestras lenguas se encontraron fuera de nuestra boca en un intercambio fugaz pero intenso, intenté llevar mi mano hacía sus senos, pero ella hábilmente se escabulló y me invitó a tomar desayuno. Durante aquellos minutos me dediqué a observar a esa mujer que había cambiado mi manera de percibir el mundo; era realmente guapa, interesante y perturbadora.

Así entre miradas indiscretas y roces cómplices donde transcurrían los días en la casa de playa. Sin embargo, el verano estaba cerca de terminarse y, a pesar de que nuestros cuerpos lo pedían a gritos, no habíamos tenido el valor de concretar nuestro deseo.

Los días transcurrían y el verano llegaba a su fin, motivo por el cual ambos debíamos regresar a nuestra vida cotidiana y nuestra historia llegaría a su fin. Sin embargo, el destino que siempre acomoda los engranajes en el lugar adecuado, nos tenía preparada una oportunidad que no podíamos desaprovechar. El último fin de semana, a causa de su trabajo, mi tío Alberto tuvo que emprender un viaje y no podría regresar hasta la semana siguiente, era la primera vez en todo el verano que pasaríamos un fin de semana solos, lo demás dependía de nosotros.

El último viernes del verano lo pasamos casi todo el día en la playa, conversamos sobre diferentes temas, lamentamos el fin de la temporada y el retorno a nuestra vida cotidiana cargada de monotonía y aburrimiento. Entrada la tarde regresamos a la casa, almorzamos algo ligero y luego nos fuimos a descansar. En la noche decidimos salir a disfrutar del balneario: cenamos, tomamos unos tragos y caminamos tomados de la mano sintiendo, cada vez con mayor intensidad, el deseo en nuestros cuerpos. Finalmente nos besamos a la orilla del mar y nuestras lenguas nuevamente se volvieron a juntar. Era la oportunidad que estaba esperando y no la podía dejar pasar. Esta vez, con mayor firmeza, apreté mi pene contra su vulva y ella se estremeció y se dejó llevar, al fin pude deslizar mi mano bajo su corto vestido y pude acariciar con suavidad la textura de su ropa interior y el contorno de su sexo mientras mi lengua jugaba en el interior de su oreja y ella gemía quedamente mientras me abrazaba algo temblorosa.

Regresamos a la casa tomados de la mano rodeados de un silencio cómplice.

Una vez que cerramos la puerta, el deseo estalló. Nos besamos apasionadamente mientras mis manos recorrían su cuerpo con suavidad y frenesí al mismo tiempo. Mi tía Elena se dejaba llevar, gemía y me besaba apasionadamente. Suavemente levante su vestido floreado de verano y pude ver la blancura de sus bragas, deslice un dedo por debajo de ellas y sentí la humedad y el calor en su interior. Mientras besaba su cuello podía sentir el olor de su perfume que se mezclaba con el de su sexo y sentí la dureza de mi miembro como nunca la había sentido.

Lentamente la llevé al mesón de la cocina, la subí sobre aquella mesa donde tantas veces habíamos almorzado en familia, abrí suavemente sus piernas y me sumergí en su sexo. Corrí suavemente su ropa interior hacia un lado e introduje mi lengua en su interior buscando su clítoris y disfrutando de su sabor y olor de mujer madura. Ella gemía de forma cada vez más intensa, repetía mi nombre, me decía mi amor y me pedía que no parase.

Luego de algunos minutos de intenso placer me detuve, me incliné frente a ella y dejé al descubierto mi miembro erecto, ella lo miró fijamente durante un instante y me volvió a besar en la boca acariciando delicada y rítmicamente la longitud de mi pene.

Pasados unos minutos la tomé de la mano y la llevé a la sala principal, la empujé suavemente contra la pared y le bajé lentamente las bragas blancas, luego la puse de espaldas a mí, levanté su vestido y apoyé mi miembro erecto por debajo de sus nalgas mientras le susurraba al oído lo sexy y hermosa que era. Mi tía Elena se movía de arriba hacia abajo y no dejaba de gemir mientras yo me deleitaba acariciando sus senos. Minutos mas tarde me encontraba sentado en el sofá principal y sus labios recorrían con agilidad y maestría la longitud de mi miembro. Luego, mientras su lengua jugueteaba con la cabeza de mi pene, mi mano se entretenía acariciando la longitud de su vagina introduciendo mis dedos rítmicamente en su interior y disfrutando de la humedad y los gemidos de mi tía Elena.

Finalmente estábamos frente a frente, desnudos, excitados y sedientos el uno por el otro.

Mi lengua no pudo resistir la tentación y empecé a lamer sus pezones los cuales se estremecían y parecían cobrar vida al contacto con mis labios, su sexo rozando mi sexo, mis gemidos mezclándose con los de ella. Había llegado el momento de culminar lo que sin darnos cuenta habíamos construido e introduje completamente mi pene dentro de su vagina y ella me recibió con un gemido ahogado, que sonó como un sollozo y con la desesperación de sus uñas clavadas en mi espalda. Solo fueron necesarios algunos minutos para el clímax, no tarde en darme cuenta de que las contracciones de su cuerpo indicaban que estaba llegando a la cima del placer y, segundos después, mi semen lleno su interior y ella se dejo ir mientras me abrazaba, me besaba, gritaba y se aferraba a mi como si no quisiera soltarme nunca.

A partir de ese momento todo fue un descubrimiento para mí, reconocer cada uno de los espacios del cuerpo de mi tía Elena se convirtió en casi una obsesión, hicimos el amor en cada rincón de la casa, nos bañamos juntos, nos masturbamos mutuamente, dormimos juntos y pasamos el fin de semana jugando a ser dos enamorados adolescentes que se empiezan a conocer y para los cuales el mundo exterior fluye sin importancia.

El verano terminó, pero nuestro secreto continuó durante un par de años más. Cuando estábamos en las reuniones familiares nos robábamos miradas, se quitaba la ropa interior y la colocaba disimuladamente en mi mochila, nos tocábamos sin pudor cuando nadie nos veía y nos acariciábamos disimuladamente bajo la mesa.

Frecuentemente nos juntábamos en diferentes lugares para hacer el amor: en su departamento, en mi casa, en hoteles clandestinos o en la casa de playa. Con ella descubrí el sexo salvaje, la aventura y la adrenalina que surge producto de la emoción permanente de ser descubiertos.

Luego de dos años finalmente decidimos terminar lo que habíamos empezado, era lo más sensato para evitar dañar a personas que nada tenían que ver en nuestra historia. La familia nunca se enteró de lo ocurrido y cada uno continúo con su vida sin mirar hacia atrás. Sin embargo, cada vez que me encuentro con mi tía Elena no puedo evitar recordar aquellos días de locura. Me tranquiliza saber que nadie salió herido de esta historia y estoy convencido de que ninguno de los dos se arrepiente de lo que nos tocó vivir.

Un relato erótico de Abril Azul
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